lunes, 18 de marzo de 2013

ARTE



ARTE*

por

George Bernard Shaw  

(1856 –1950)




En el plano más alto de la representación teatral no se actúa, se es.

En escena, toda repetición es fatal. El autor cree que el verdadero nervio de la obra es la repetición; pero no sabe que toda repetición debe ser una variación y una sorpresa.

Hay una enfermedad que con el transcurso de los años acaba por afectar tanto a los hombres como a las obras teatrales. En los hombres se llama chochear; en las obras teatrales, quedar anticuadas. Cuanto más de actualidad sea la obra, más anticuada queda.

He señalado una y otra vez que el teatro va adquiriendo en Inglaterra tal influencia que la conducta privada, la religión, la ley, la ciencia, la política y la moral se van se van volviendo cada vez más teatrales mientras el teatro sigue impermeable al sentido común, a la religión, a la ciencia, a la política y a la moral. Por eso es por lo que lucho contra el teatro, no con folletos, sermones y tratados, sino con obras; y veo que el método dramático es tan eficaz que no tengo duda de que al fin persuadiré hasta a Londres para que lleve su conciencia y su sesera consigo cuando va al teatro, en vez de dejárselos en casa con el libro de oraciones, como hace ahora.

Las personas que sacrifican todas las demás consideraciones al amor, son en el escenario, tan poco heroicas como los dementes o los borrachos.

El alfa y el omega del estilo es la efectividad de la afirmación. Quien no tiene nada que aseverar no tiene estilo ni puede tenerlo; quien tiene algo que aseverar irá en el vigor del estilo hasta donde se lo permitan su importancia y su convicción. Aunque se refute la aserción después, el estilo quedará. Todas las aserciones se refutan tarde o temprano, y por eso nos encontramos con el mundo lleno de magníficos fósiles artísticos, privados ya de la credulidad  que inspiraban automáticamente, pero con una forma todavía espléndida.

Ramsden cree en las bellas artes con la seriedad del hombre que no entiende de ellas.

En realidad un autor muy conocido es una positiva desventaja, ya que todos los dramaturgos ingleses están rancios antes de haber alcanzado la notoriedad.

Cuando se escribe sobre gente que vive hay que ser muy prudente, pues aunque el vituperio más violento goza del privilegio de que sea considerado como un “vulgar insulto”, una observación muy suave y bien intencionada puede traer la implicación, legal o comercial, de que es difamatoria.

La crítica no es sólo una medicina saludable; tiene un positivo atractivo popular en su crueldad, en lo que tiene de gladiadora, en la satisfacción que la envidia encuentra en sus ataques a los grandes y que el entusiasmo encuentra en sus elogios.

Sin duda, todas las obras que tratan sinceramente de la humanidad deben herir la monstruosa vanidad que la ficción romántica se ocupa en halagar.

Afirmo que el verdadero secreto del cinismo y de la falta de humanidad de que me acusan los críticos más superficiales está en el comportamiento inesperado de mis personajes en cuanto seres humanos, en vez de adaptarse a la romántica lógica de la escena.

Prohibir la representación de una obra es proteger el mal que revela y, teniendo eso en cuenta, no veo ninguna razón para suponer que los que abogan por la prohibición son unos moralistas desinteresados.

Un actor, un pintor, un compositor, un escritor podrá ser todo lo egoísta que quiera, sin que se lo reproche el público, con tal que su arte sea magnífico.

Uno puede encontrar obscenidad en cualquier libro, con excepción de la guía telefónica.

*SHAW, George Bernard. Ironías y Verdades, Argentina, longseller. 2001.

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